lunes, 22 de diciembre de 2008

LAS DOS CARAS DE LO MISMO

Hoy lunes, primer día de la semana de festejos navideños, entrevistan en La Contra a la autora de un libro donde se explican 50 acciones que, por efecto multiplicador, al parecer pueden mejorar el mundo: sonreír, cerrar el grifo al cepillarnos, charlar con los ancianos, ceder el paso con el coche, contarle un cuento a un niño, etc. Antes de sentarme en la terraza donde leí el artículo había ido a una droguería a comprar abrillantador para el lavavajillas y, en la cola de la caja, la clienta que me precedía, una señora mayor, tendió un papelito a la dependienta con el siguiente mensaje: "Calvin Klain" (sic) y el nombre del producto, que no recuerdo. La dependienta le presentó un estuche con dos frascos al precio de 52,90 euros. La pobre mujer, que parecía llevar inmersa en la crisis desde los años setenta, se quedó paralizada durante un instante, digiriendo el golpe, pero acabó pidiendo que le envolvieran el producto. Billete a billete, moneda a moneda, satisfizo resignada el precio del regalo. Es de suponer que el autor del mensaje necesitaba con urgencia algo contra el mal olor. Otra anécdota: anteayer atropellaron a mi perra (el conductor se dio a la fuga) y el primer taxi que paré me indicó, ni siquiera amablemente, que no transportaba animales, mientras contemplaba al mío yacer inerte sobre el asfalto. A lo mejor ya sabía que no era nada, que sólo se había roto una pata. ¿Un tipo observador? O tal vez sean malas fechas para pedir un poco de misericordia a las personas, celosas del exiguo poso de humanidad que, con indudable esfuerzo, han logrado acumular a lo largo del año para vomitarlo entero el próximo jueves, en familia, alrededor de un pavo con ciruelas. La familia, otro temible espejo... Me contó mi padre la semana pasada que mi primo está a malas con su padre (mi tío) porque invirtieron juntos en la compra de un piso y a la hora de venderlo el padre se quedó con los beneficios. Y es que hay que aleccionar a los hijos: con la pasta no se juega. Suerte, pensé, que mi tío es un devoto creyente, quizás un padre ateo además le habría dado una paliza a su hijo por incauto, vete a saber. El bien y el mal. Desde la óptica de la moral imperante, es evidente que algo no funciona. Por mucho que lo intentemos, nunca logramos ser del todo buenos. Queremos vernos reflejados en el espejo de la virtud pero a menudo nos descubrimos vestidos de odio, intransigencia, codicia, envidia, o algo peor. No nos cansamos de topar una y otra vez con la misma piedra. ¿No se lo habrán inventado para que nos sintamos culpables? Yo no estoy en contra de la bondad, pero me parece que sólo refleja una parte de nuestra esencia; la otra, la perversa, la negamos, lo que nos conduce inexorablemente a la frustración. Puede que haya llegado el momento de aceptarnos de una forma más plena, como portadores de bien y de mal por igual, y que no nos entristezcan las maldades que salen de nuestras entrañas. Quizás así no nos sentiríamos tan desorientados. Pero, para ello, en primer lugar debemos dejar de mentirnos. Por mucho que el taxista, el destinatario de la colonia y su aftershave o mi querido tío se tomen al pie de la letra los cincuenta mandamientos que propone la entrevistada de La Contra de hoy -o la palabra de Dios, por citar a otra bienintencionada alma-, seguirán siendo unos infames bastardos. Y es que eso es lo que somos: unas criaturas tan bondadosas como siniestras. Tal vez de la aceptación de la vorágine de bien y de mal que envuelve nuestros pensamientos y nuestros actos pueda salir algo real (alguna energía positiva, dice Nietzsche, aunque yo no lo veo claro), quizás la medida natural mejor adaptada a nuestra especie, con amor y sin piedad, aceptándonos sin subterfugios. Si no, ¿para qué? ¿Cuánto tiempo más seguiremos representando esta estúpida función? Una apuesta arriegada.

martes, 16 de diciembre de 2008

Ser profundo y parecer profundo. - Quien se sabe profundo se esfuerza en ser claro; quien desea parecer profundo a la gente se esfuerza por ser fusco. Ya que la gente cree profundo aquello cuyo fondo no puede ver. ¡Tiene tanto miedo! ¡Le gusta tan poco adentrarse en el mar!

Friedrich Nietzsche
La gaya ciencia