jueves, 9 de abril de 2009

FUMAR MATA

Desde hace años fantaseo con las dependientas del estanco que hay al lado de mi casa, que son madre e hija. En mi imaginación forman una pareja que aúna experiencia y pasión a las mis maravillas. A veces voy al estanco a por tabaco y las espío para captar nuevos detalles que incorporar a mis sueños venéreos, pero, extrañamente, la realidad suele dejarme más bien frío, cuando no salgo de la tienda horrorizado. El extraño universo de las fantasías.
La cosa me preocupa, porque de pequeño me inculcaron, supongo que como a todo el mundo, que para ser feliz uno debe hacer realidad sus sueños. Es más, se suele tachar de cobarde a quien no lo intenta o de fracasado a quien no lo consigue. Yo debo de ser ambas cosas porque esta fantasía generacional prefiere retozar en su dimensión onírica, desde donde me enseña el dedo si alguna vez considero la posibilidad de llevarla a la práctica. Parece que llevo incorporado un dispositivo mental díscolo que despierta en mí ansias que, en realidad, el bueno que hay en mí rechaza. Me pasa lo mismo con algunas drogas. Admito que es práctico, ya que me permite confinar a las estanqueras en mi burdel virtual, lo que me ahorra ser la comidilla del barrio y, de paso, me alegra las frías noches de invierno.
Sin embargo, hoy ha ocurrido algo extraño: he ido a comprar un paquete de tabaco y me ha atendido la chica. Al ir a buscar cambio, me ha parecido ver como madre e hija cruzaban sus miradas, esbozando ambas una discreta sonrisa. He salido del local algo turbado y desorientado, pero feliz. Prefiero una sorpresa a un sueño. Debo de ser un cobarde...

jueves, 12 de marzo de 2009

LA BRÚJULA

Hace unos días la prensa se hizo eco de la tragedia de un grupo de ballenas que quedaron varadas en una isla australiana, sin conocerse con exactitud la causa. El carácter gregario de estos cetáceos los hace seguir ciegamente el rumbo que marca la ballena líder y, al parecer, o bien ésta cayó enferma y erró el rumbo o bien fue atraída por los sónares de grandes buques. No cabe culpar al líder del fiasco colectivo dado que simplemente se limitó a hacer su trabajo todo lo bien que pudo. Tampoco podemos acusar al rebaño de no llamarle la atención al ver que se aproximaban en exceso a la costa, puesto que no tenía ningún motivo para desconfiar de su guía. Dudo que sonaran reproches entre las ballenas que agonizaban en la playa.

Algo similar le ha pasado a otra especie de mamíferos, igualmente gregaria, pero cuyos líderes resultan mucho menos de fiar. Además de las enfermedades y las interferencias, los cabecillas humanos están expuestos a las ondas de su vanidad y su codicia, lo que inevitablemente condena al grupo a acabar varado en desiertos de hambre, sangre y desolación. Es lo que llamamos "ciclos económicos".

El fomento del crecimiento económico es, sin duda, uno de los deberes de nuestros líderes, pero no el único. Cuando recuerdo a Zapatero presumir de disfrutar del mayor ritmo de crecimiento de la UE a sabiendas de que se basaba en un parque inmobiliario sobredimensionado -¡porque lo sabía!-, no veo sino a un inconsciente que presume de la esbeltez de su hija anoréxica en una reunión de padres de un colegio pijo que apenas puede costearse. Se me ocurre que, por líder y por socialista, podría haber lanzado un mensaje de aviso al rebaño en previsión de lo que se avecinaba. Ni por asomo. Al contrario, fue el último dirigente del mundo en pronunciar la palabra "crisis". Y estoy seguro de que en las próximas elecciones se atreverá incluso a aducir que durante parte de su mandato este país fue un ejemplo de crecimiento mundial. Por sus cojones. Me parece todavía más obsceno que la foto de mi estimado Ansar reposando los pies en la mesa del rancho de Bush. Desde luego, es mucho más grave.

Quisiera ser una ballena.

lunes, 22 de diciembre de 2008

LAS DOS CARAS DE LO MISMO

Hoy lunes, primer día de la semana de festejos navideños, entrevistan en La Contra a la autora de un libro donde se explican 50 acciones que, por efecto multiplicador, al parecer pueden mejorar el mundo: sonreír, cerrar el grifo al cepillarnos, charlar con los ancianos, ceder el paso con el coche, contarle un cuento a un niño, etc. Antes de sentarme en la terraza donde leí el artículo había ido a una droguería a comprar abrillantador para el lavavajillas y, en la cola de la caja, la clienta que me precedía, una señora mayor, tendió un papelito a la dependienta con el siguiente mensaje: "Calvin Klain" (sic) y el nombre del producto, que no recuerdo. La dependienta le presentó un estuche con dos frascos al precio de 52,90 euros. La pobre mujer, que parecía llevar inmersa en la crisis desde los años setenta, se quedó paralizada durante un instante, digiriendo el golpe, pero acabó pidiendo que le envolvieran el producto. Billete a billete, moneda a moneda, satisfizo resignada el precio del regalo. Es de suponer que el autor del mensaje necesitaba con urgencia algo contra el mal olor. Otra anécdota: anteayer atropellaron a mi perra (el conductor se dio a la fuga) y el primer taxi que paré me indicó, ni siquiera amablemente, que no transportaba animales, mientras contemplaba al mío yacer inerte sobre el asfalto. A lo mejor ya sabía que no era nada, que sólo se había roto una pata. ¿Un tipo observador? O tal vez sean malas fechas para pedir un poco de misericordia a las personas, celosas del exiguo poso de humanidad que, con indudable esfuerzo, han logrado acumular a lo largo del año para vomitarlo entero el próximo jueves, en familia, alrededor de un pavo con ciruelas. La familia, otro temible espejo... Me contó mi padre la semana pasada que mi primo está a malas con su padre (mi tío) porque invirtieron juntos en la compra de un piso y a la hora de venderlo el padre se quedó con los beneficios. Y es que hay que aleccionar a los hijos: con la pasta no se juega. Suerte, pensé, que mi tío es un devoto creyente, quizás un padre ateo además le habría dado una paliza a su hijo por incauto, vete a saber. El bien y el mal. Desde la óptica de la moral imperante, es evidente que algo no funciona. Por mucho que lo intentemos, nunca logramos ser del todo buenos. Queremos vernos reflejados en el espejo de la virtud pero a menudo nos descubrimos vestidos de odio, intransigencia, codicia, envidia, o algo peor. No nos cansamos de topar una y otra vez con la misma piedra. ¿No se lo habrán inventado para que nos sintamos culpables? Yo no estoy en contra de la bondad, pero me parece que sólo refleja una parte de nuestra esencia; la otra, la perversa, la negamos, lo que nos conduce inexorablemente a la frustración. Puede que haya llegado el momento de aceptarnos de una forma más plena, como portadores de bien y de mal por igual, y que no nos entristezcan las maldades que salen de nuestras entrañas. Quizás así no nos sentiríamos tan desorientados. Pero, para ello, en primer lugar debemos dejar de mentirnos. Por mucho que el taxista, el destinatario de la colonia y su aftershave o mi querido tío se tomen al pie de la letra los cincuenta mandamientos que propone la entrevistada de La Contra de hoy -o la palabra de Dios, por citar a otra bienintencionada alma-, seguirán siendo unos infames bastardos. Y es que eso es lo que somos: unas criaturas tan bondadosas como siniestras. Tal vez de la aceptación de la vorágine de bien y de mal que envuelve nuestros pensamientos y nuestros actos pueda salir algo real (alguna energía positiva, dice Nietzsche, aunque yo no lo veo claro), quizás la medida natural mejor adaptada a nuestra especie, con amor y sin piedad, aceptándonos sin subterfugios. Si no, ¿para qué? ¿Cuánto tiempo más seguiremos representando esta estúpida función? Una apuesta arriegada.

martes, 16 de diciembre de 2008

Ser profundo y parecer profundo. - Quien se sabe profundo se esfuerza en ser claro; quien desea parecer profundo a la gente se esfuerza por ser fusco. Ya que la gente cree profundo aquello cuyo fondo no puede ver. ¡Tiene tanto miedo! ¡Le gusta tan poco adentrarse en el mar!

Friedrich Nietzsche
La gaya ciencia

viernes, 28 de noviembre de 2008

LA NARANJA ENTERA

El otro día un amigo lejano me contó que en marzo del año que viene va a pedirle matrimonio a su novia. En un rapto de entusiasmo, no reparó en detalles: va a llevarla a cenar a un conocido restaurante de Barcelona, situado en un hotel donde también habrá reservado habitación. Por comodidad, que no hay quien encuentre un taxi en fin de semana. El anillo mereció un capítulo especial en su relato. Si lo entendí bien, lo ha diseñado él mismo con la ayuda de un colega, creo que con un motivo de serpiente que se muerde la cola, como un ocho, sembrado de diamantes. Ya ha encargado la realización a una joyería de renombre. Precisó que ejecutará un riguroso arrodillamiento en el momento de la entrega. A lo largo del relato, hizo especial hincapié en que las cosas, o se hacen bien, o no se hacen. Creo que lo dijo un par de veces.

Quien me conozca sabrá que habría podido narrar este incidente con mucha más ironía, rayana en el desprecio (por ejemplo, habría podido poner "no compartido" después de "estusiasmo"). La verdad, me he quedado con las ganas ¿Por qué, entonces, tanto comedimiento? Admito que una noche le confesé a su futura esposa que formaba parte del elenco de mis fantasías eróticas, pero lo cierto es que no me siento nada culpable. No, es otra cosa. Creo que sencillamente me conmovió. No destaco por mi memoria histórica, pero recuerdo haber sufrido ese mismo sueño de amor eterno, que tiene uno de sus cénit el día en que el chico se hace su primera manicura y, de traje oscuro y corbata, le regala un anillo a la chica, que, tras unos instantes de sorpresa, a su vez se funde en lágrimas y pronuncia el vocablo "sí" unas cincuenta veces, alternando besos y tequieros. Suele haber música de fondo. Enlazando con mi último escrito, esta cumbre de felicidad también se la debemos al cine americano, que es ubicuo, como el fútbol. ¿Qué es, me pregunto, lo que mueve a los amantes a seguir un ritual tan trillado? ¿Por qué mi amigo, que está manifiestamente loco por su Dulcinea, necesita ajustarse el corsé de lo consabido? El mérito, en mi opinión, es tener la suerte de conocer a alguien con quien mantener una relación hollywoodiense. Logrado el milagro, ¿para qué complicarse la vida? Yo, por si acaso, me encerraría con mi media naranja en casa y rompería la cerradura, no me fío un pelo del entorno. Pero es curioso: con todo, admito que, de representar la comedia alguna vez, me imagino agradecido a algún ser superior y con lágrimas en los ojos; y a mi prometida, emocionada, dibujando una sonrisa y llamándome gilipollas. Las cosas, o se dicen bien o no se dicen.

lunes, 24 de noviembre de 2008

HITOS

De pequeño tuve terrores nocturnos. Afortunadamente no sabía que lo que padecía se llamaba así, ya que no habría hecho más que empeorar la situación. Espero que a los niños de ahora tampoco se lo digan sus padres, aunque sean adoptados. La terminología puede ser un cruel corsé, como la verdad para algunos. Durante mi niñez los padres todavía colgaban impunemente en las paredes de los cuartos de sus hijos payasos que sonreían y se movían en la penumbra, al igual que las cortinas y los monstruos que habitaban debajo de la cama. Guardo una memoria atroz de aquellas noches. La humanidad está en deuda con el cine americano. Siendo adolescente, mi madre me contó que el pediatra le había explicado que mis miedos desaparecerían el día que me enamorara por primera vez. Y así sucedió al poco: me rescató de los pánicos noctívagos una niña morena de aspecto bucólico, por quien, también según mi madre, suspiraba a todas horas. Tengo mala memoria. Lo que no saben ni mi madre ni el pediatra es que los terrores nocturnos dieron paso a otro tipo de paranoia, ya que andaba por el colegio huyendo y a la vez buscando a mi pequeña campesina como un poseso. Me ponía como un tomate cuando oía su nombre, y mis compañeros de clase, que eran muy perspicaces, no tardaron en sacar provecho lúdico de mi sistema nervioso simpático. Me daba igual, apagaba orgulloso la luz de la mesilla al acostarme. Y me levantaba cada mañana con esperanza.

Así me libré de los terrores nocturnos, aunque también es cierto que nunca más he vuelto a tener un payaso colgado en la habitación. Ni lo tendré, por si acaso. Pero más tarde, recién estrenada la mayoría de edad, regresaron los terrores, esta vez diurnos. Éstos eran distintos: ya no había monstruos que me aterrorizaran; ahora era el propio Miedo quien se encargaba del asunto, eficazmente y sin intermediarios. Quise volver al pediatra pero me tomaron por loco, así que tuve que conformarme con un médico para adultos, que a su vez me remitió a un psicólogo, especialista en monstruos y miedos. En la consulta entendí que, de hecho, diurnos y nocturnos tenían muchas cosas en común. Lógico, por otra parte, siendo ambos terrores. Los diurnos al menos me dejaban dormir, aunque tardaron mucho más en remitir que los primeros. Tuve que pensar, actuar, no mentir, ni mentirme, hacer deporte, retomar contacto con mi padre, llorar, irme de casa de mi madre, llorar: una odisea. Además me arruinaron un amor en aquella época: los terrores diurnos son a prueba de pasión. No se los recomiendo a nadie. No obstante, una vez superados me sentí mejor que nunca. Qué raros somos.

De este modo conseguí dejar atrás los terrores, hace ya muchos años; media vida. Libre de ellos las 24 horas y con cierto entrenamiento espiritual, logré enfocar mi existencia desde una óptica de tipo estándar: trabajo, casa, coche, perro, novia, etc. (aunque no fuera exactamente como Dios manda). Este sueño de felicidad "picnic" también se lo debemos al cine americano. La verdad, no estuvo mal. Pero nada es eterno, como se dice, y los terrores han vuelto. Éstos también son diferentes de los anteriores: no son ni diurnos ni nocturnos, ni veo espectros ni me dan sudores fríos o taquicardias, ni tampoco me impiden dormir, salir a la calle o querer a una mujer, creo. No los siento pero sé que están. No sé ni cómo llamarlos. Como veis, no los puedo definir, aunque diría que son dulces. Qué extraño. Probablemente parten del mismo origen que los demás y, de nuevo, precisarán de cariño, tenacidad y sentido común. Con la inestimable ayuda de la red, he pensado en retomar contacto con mi primer amor 30 años después, pero creo que le ahorraré el mal trago. Tampoco volveré al loquero, que ahora debe de costar un riñón. Ni quiero dar más la vara a mis padres, que ya han aguantado suficiente. Estos terrores me los quedo para mí solito. Ya lo tengo: los llamaré "terrores íntimos". Siento que, como sucedió con los anteriores, superarlos marcará otro hito en mi vida, un paso más en mi emancipación personal, esa cosa que, de completarse un día, acabará en un horno crematorio o un agujero oscuro, en compañía de gusanos, según especifique. Quizás el momento en que uno halla al fin su verdadera identidad íntima coincida con el preciso instante de la muerte. No me extrañaría. Aunque menuda faena acabar entendiendo que no somos nada después de tanto madrugar... Tan solo un instante de verdad final, como aquel replicante, y nuestra más fiel biografía plasmada en un obituario. Aunque tampoco me cuesta imaginar a un marido moribundo diciendo a su mujer que la quiere por decir algo o por deferencia. Falso hasta al final, pero coherente. Sin embargo, llamadme loco si queréis, pienso que si desperdicio mi vida acabaré como este señor, desperdiciando también mi muerte, y sería una pena quemar mi único instante de verdadera gloria por pereza o por precepto. Seamos prácticos: teniendo que vivir 80 años vale la pena aprovechar los hitos, que infunden ilusión, amenizan la vida y nos preparan para el viaje final a la verdad. Siento que estoy a las puertas de uno, que se está haciendo de rogar y mucho. Maldito. Se me ocurre que quizás por eso me ha dado por escribir. Seguiré esta pista.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

PARADISO PERDUTTO

Publica hoy La Vanguardia un artículo de Pilar Rahola digno de comentario. Lástima que defienda la causa judía y sea tan chabacana, de lo contrario podría llegar a tener algún tipo de sentimiento no exclusivamente venéreo por ella y su maravilloso cerebro. Ya os digo yo que paso por una mala racha…
Como de costumbre, Pilar abre grietas en el tupido telón con el que los medios de comunicación cubren nuestro campo visual, dibujando así una realidad supuestamente digerible para el rebaño. Y de paso rentable. En realidad, se lo agradezco: si reflejaran la verdadera crudeza de la existencia, dudo que lo soportáramos. Le debemos la vida a la cosmética. Pues bien, cuestiona Pilar en su artículo el contenido de la supuesta "refundación del capitalismo", debatida en la reciente cumbre del G-20. Preguntaos: ¿Qué sabéis del contenido de la cumbre? (a la que ni siquiera acudió el profeta Obama por cuestiones de timing). Yo, la verdad, habría respondido que fue una reunión de los dirigentes de las principales economías mundiales controlar mejor los mercados financieros y combatir la crisis global de forma concertada. Y probablemente ése sea el titular, lo que nos han enseñado, pero hay más. Comenta Rahola que la cumbre de Washington ha servido para entronizar a las tres nuevas potencias del mundo: China, India y Brasil, países que no destacan por su talante democrático ni por el bienestar del conjunto de sus ciudadanos, y cuyos modelos económicos distan mucho de ser ejemplares en términos de libertades, derechos civiles o medio ambiente. Así pues, de qué hablamos cuando hablamos de "refundación": ¿bienestar a costa de dignidad? ¿Nos encontramos ante el final del Estado del Bienestar? ¿Acaso la nuevas potencias, nuestros salvavidas económicos, nos permitirán veleidades sociales que encarezcan los productos que inevitablemente deberemos venderles para mantener nuestros sistemas de garantías colectivas? ¿Cuál es, pues, el modelo de capitalismo que emergerá de tal refundación si la necesidad de crecer (¡más!) nos aboca a competir y comerciar con bárbaros?
No tengo ni idea, y en realidad tampoco me importa. Es hablar por hablar. Vivir por vivir. Puestos a pedir, y aceptando que la política internacional es puro teatro orquestado entre bastidores (http://video.google.es/videoplay?docid=6874865766680234839), yo apuesto por menos diálogo y un poco más de espectáculo: ¿qué tal, señores de la CIA, si organizamos un nuevo tinglado que requiera una intervención contundente? No sé, algo como el 11-S o Pearl Harbor, o alguna guerra preventiva, ustedes sabrán, confío plenamente en su creatividad. Me encantaría ver a Obama en traje de campaña sirviendo otro pollo de plástico por Acción de Gracias en el comedor de algún portaaviones anclado en el Océano Índico. Sobra más de medio mundo y tenemos capacidad para destruirlo: ¿a qué estamos esperando? Entre volver a las cavernas y manchar nuestras manos de sangre por el nirvana europeo, con nuestra seguridad social, nuestro paro y nuestra jubilación asegurados, no hay color. O sí, y es blanco.