viernes, 28 de noviembre de 2008

LA NARANJA ENTERA

El otro día un amigo lejano me contó que en marzo del año que viene va a pedirle matrimonio a su novia. En un rapto de entusiasmo, no reparó en detalles: va a llevarla a cenar a un conocido restaurante de Barcelona, situado en un hotel donde también habrá reservado habitación. Por comodidad, que no hay quien encuentre un taxi en fin de semana. El anillo mereció un capítulo especial en su relato. Si lo entendí bien, lo ha diseñado él mismo con la ayuda de un colega, creo que con un motivo de serpiente que se muerde la cola, como un ocho, sembrado de diamantes. Ya ha encargado la realización a una joyería de renombre. Precisó que ejecutará un riguroso arrodillamiento en el momento de la entrega. A lo largo del relato, hizo especial hincapié en que las cosas, o se hacen bien, o no se hacen. Creo que lo dijo un par de veces.

Quien me conozca sabrá que habría podido narrar este incidente con mucha más ironía, rayana en el desprecio (por ejemplo, habría podido poner "no compartido" después de "estusiasmo"). La verdad, me he quedado con las ganas ¿Por qué, entonces, tanto comedimiento? Admito que una noche le confesé a su futura esposa que formaba parte del elenco de mis fantasías eróticas, pero lo cierto es que no me siento nada culpable. No, es otra cosa. Creo que sencillamente me conmovió. No destaco por mi memoria histórica, pero recuerdo haber sufrido ese mismo sueño de amor eterno, que tiene uno de sus cénit el día en que el chico se hace su primera manicura y, de traje oscuro y corbata, le regala un anillo a la chica, que, tras unos instantes de sorpresa, a su vez se funde en lágrimas y pronuncia el vocablo "sí" unas cincuenta veces, alternando besos y tequieros. Suele haber música de fondo. Enlazando con mi último escrito, esta cumbre de felicidad también se la debemos al cine americano, que es ubicuo, como el fútbol. ¿Qué es, me pregunto, lo que mueve a los amantes a seguir un ritual tan trillado? ¿Por qué mi amigo, que está manifiestamente loco por su Dulcinea, necesita ajustarse el corsé de lo consabido? El mérito, en mi opinión, es tener la suerte de conocer a alguien con quien mantener una relación hollywoodiense. Logrado el milagro, ¿para qué complicarse la vida? Yo, por si acaso, me encerraría con mi media naranja en casa y rompería la cerradura, no me fío un pelo del entorno. Pero es curioso: con todo, admito que, de representar la comedia alguna vez, me imagino agradecido a algún ser superior y con lágrimas en los ojos; y a mi prometida, emocionada, dibujando una sonrisa y llamándome gilipollas. Las cosas, o se dicen bien o no se dicen.

lunes, 24 de noviembre de 2008

HITOS

De pequeño tuve terrores nocturnos. Afortunadamente no sabía que lo que padecía se llamaba así, ya que no habría hecho más que empeorar la situación. Espero que a los niños de ahora tampoco se lo digan sus padres, aunque sean adoptados. La terminología puede ser un cruel corsé, como la verdad para algunos. Durante mi niñez los padres todavía colgaban impunemente en las paredes de los cuartos de sus hijos payasos que sonreían y se movían en la penumbra, al igual que las cortinas y los monstruos que habitaban debajo de la cama. Guardo una memoria atroz de aquellas noches. La humanidad está en deuda con el cine americano. Siendo adolescente, mi madre me contó que el pediatra le había explicado que mis miedos desaparecerían el día que me enamorara por primera vez. Y así sucedió al poco: me rescató de los pánicos noctívagos una niña morena de aspecto bucólico, por quien, también según mi madre, suspiraba a todas horas. Tengo mala memoria. Lo que no saben ni mi madre ni el pediatra es que los terrores nocturnos dieron paso a otro tipo de paranoia, ya que andaba por el colegio huyendo y a la vez buscando a mi pequeña campesina como un poseso. Me ponía como un tomate cuando oía su nombre, y mis compañeros de clase, que eran muy perspicaces, no tardaron en sacar provecho lúdico de mi sistema nervioso simpático. Me daba igual, apagaba orgulloso la luz de la mesilla al acostarme. Y me levantaba cada mañana con esperanza.

Así me libré de los terrores nocturnos, aunque también es cierto que nunca más he vuelto a tener un payaso colgado en la habitación. Ni lo tendré, por si acaso. Pero más tarde, recién estrenada la mayoría de edad, regresaron los terrores, esta vez diurnos. Éstos eran distintos: ya no había monstruos que me aterrorizaran; ahora era el propio Miedo quien se encargaba del asunto, eficazmente y sin intermediarios. Quise volver al pediatra pero me tomaron por loco, así que tuve que conformarme con un médico para adultos, que a su vez me remitió a un psicólogo, especialista en monstruos y miedos. En la consulta entendí que, de hecho, diurnos y nocturnos tenían muchas cosas en común. Lógico, por otra parte, siendo ambos terrores. Los diurnos al menos me dejaban dormir, aunque tardaron mucho más en remitir que los primeros. Tuve que pensar, actuar, no mentir, ni mentirme, hacer deporte, retomar contacto con mi padre, llorar, irme de casa de mi madre, llorar: una odisea. Además me arruinaron un amor en aquella época: los terrores diurnos son a prueba de pasión. No se los recomiendo a nadie. No obstante, una vez superados me sentí mejor que nunca. Qué raros somos.

De este modo conseguí dejar atrás los terrores, hace ya muchos años; media vida. Libre de ellos las 24 horas y con cierto entrenamiento espiritual, logré enfocar mi existencia desde una óptica de tipo estándar: trabajo, casa, coche, perro, novia, etc. (aunque no fuera exactamente como Dios manda). Este sueño de felicidad "picnic" también se lo debemos al cine americano. La verdad, no estuvo mal. Pero nada es eterno, como se dice, y los terrores han vuelto. Éstos también son diferentes de los anteriores: no son ni diurnos ni nocturnos, ni veo espectros ni me dan sudores fríos o taquicardias, ni tampoco me impiden dormir, salir a la calle o querer a una mujer, creo. No los siento pero sé que están. No sé ni cómo llamarlos. Como veis, no los puedo definir, aunque diría que son dulces. Qué extraño. Probablemente parten del mismo origen que los demás y, de nuevo, precisarán de cariño, tenacidad y sentido común. Con la inestimable ayuda de la red, he pensado en retomar contacto con mi primer amor 30 años después, pero creo que le ahorraré el mal trago. Tampoco volveré al loquero, que ahora debe de costar un riñón. Ni quiero dar más la vara a mis padres, que ya han aguantado suficiente. Estos terrores me los quedo para mí solito. Ya lo tengo: los llamaré "terrores íntimos". Siento que, como sucedió con los anteriores, superarlos marcará otro hito en mi vida, un paso más en mi emancipación personal, esa cosa que, de completarse un día, acabará en un horno crematorio o un agujero oscuro, en compañía de gusanos, según especifique. Quizás el momento en que uno halla al fin su verdadera identidad íntima coincida con el preciso instante de la muerte. No me extrañaría. Aunque menuda faena acabar entendiendo que no somos nada después de tanto madrugar... Tan solo un instante de verdad final, como aquel replicante, y nuestra más fiel biografía plasmada en un obituario. Aunque tampoco me cuesta imaginar a un marido moribundo diciendo a su mujer que la quiere por decir algo o por deferencia. Falso hasta al final, pero coherente. Sin embargo, llamadme loco si queréis, pienso que si desperdicio mi vida acabaré como este señor, desperdiciando también mi muerte, y sería una pena quemar mi único instante de verdadera gloria por pereza o por precepto. Seamos prácticos: teniendo que vivir 80 años vale la pena aprovechar los hitos, que infunden ilusión, amenizan la vida y nos preparan para el viaje final a la verdad. Siento que estoy a las puertas de uno, que se está haciendo de rogar y mucho. Maldito. Se me ocurre que quizás por eso me ha dado por escribir. Seguiré esta pista.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

PARADISO PERDUTTO

Publica hoy La Vanguardia un artículo de Pilar Rahola digno de comentario. Lástima que defienda la causa judía y sea tan chabacana, de lo contrario podría llegar a tener algún tipo de sentimiento no exclusivamente venéreo por ella y su maravilloso cerebro. Ya os digo yo que paso por una mala racha…
Como de costumbre, Pilar abre grietas en el tupido telón con el que los medios de comunicación cubren nuestro campo visual, dibujando así una realidad supuestamente digerible para el rebaño. Y de paso rentable. En realidad, se lo agradezco: si reflejaran la verdadera crudeza de la existencia, dudo que lo soportáramos. Le debemos la vida a la cosmética. Pues bien, cuestiona Pilar en su artículo el contenido de la supuesta "refundación del capitalismo", debatida en la reciente cumbre del G-20. Preguntaos: ¿Qué sabéis del contenido de la cumbre? (a la que ni siquiera acudió el profeta Obama por cuestiones de timing). Yo, la verdad, habría respondido que fue una reunión de los dirigentes de las principales economías mundiales controlar mejor los mercados financieros y combatir la crisis global de forma concertada. Y probablemente ése sea el titular, lo que nos han enseñado, pero hay más. Comenta Rahola que la cumbre de Washington ha servido para entronizar a las tres nuevas potencias del mundo: China, India y Brasil, países que no destacan por su talante democrático ni por el bienestar del conjunto de sus ciudadanos, y cuyos modelos económicos distan mucho de ser ejemplares en términos de libertades, derechos civiles o medio ambiente. Así pues, de qué hablamos cuando hablamos de "refundación": ¿bienestar a costa de dignidad? ¿Nos encontramos ante el final del Estado del Bienestar? ¿Acaso la nuevas potencias, nuestros salvavidas económicos, nos permitirán veleidades sociales que encarezcan los productos que inevitablemente deberemos venderles para mantener nuestros sistemas de garantías colectivas? ¿Cuál es, pues, el modelo de capitalismo que emergerá de tal refundación si la necesidad de crecer (¡más!) nos aboca a competir y comerciar con bárbaros?
No tengo ni idea, y en realidad tampoco me importa. Es hablar por hablar. Vivir por vivir. Puestos a pedir, y aceptando que la política internacional es puro teatro orquestado entre bastidores (http://video.google.es/videoplay?docid=6874865766680234839), yo apuesto por menos diálogo y un poco más de espectáculo: ¿qué tal, señores de la CIA, si organizamos un nuevo tinglado que requiera una intervención contundente? No sé, algo como el 11-S o Pearl Harbor, o alguna guerra preventiva, ustedes sabrán, confío plenamente en su creatividad. Me encantaría ver a Obama en traje de campaña sirviendo otro pollo de plástico por Acción de Gracias en el comedor de algún portaaviones anclado en el Océano Índico. Sobra más de medio mundo y tenemos capacidad para destruirlo: ¿a qué estamos esperando? Entre volver a las cavernas y manchar nuestras manos de sangre por el nirvana europeo, con nuestra seguridad social, nuestro paro y nuestra jubilación asegurados, no hay color. O sí, y es blanco.

lunes, 3 de noviembre de 2008

THE QUEEN IS DEAD, BOYS (AND IT'S SO LONELY ON A LIMB)

Llevo unos días leyendo contras y más contras, pero sólo me apetece hablar de la Reina. Las declaraciones de los distintos comentaristas distan mucho de reflejar la opinión de una gran mayoría de súbditos de Su Majestad, básicamente porque se juegan la libertad (y no es un chiste). Entre callar y la cárcel, yo también me mordería la lengua. Quizás no si me fuera algo serio con ello, pero sin dudarlo un instante vista la banalidad del objeto del debate: la opinión de un miembro de la Familia Real -por otra parte, previsible. Me declaro republicano y no quiero debatir aquí acerca de la pertinencia de la monarquía constitucional como modelo de Estado en el siglo XXI. Sentido común, guíanos en la oscuridad de las tinieblas… Mi intención es otra muy distinta: tratar de entender el porqué de esta polémica en este momento.
El manual del detective señala que lo primero es buscar a quién beneficia el crimen. La tirada del aciago libro no da lugar a dudas: Pilar Urbano y la editorial Planeta. No soy quien para dudar de la capacidad profesional de esta señora -muy al contrario-, dada su dilatada trayectoria como comentarista política en ABC, Ya, El Mundo, entre otros medios afines... Es evidente que a sus casi 70 años, esta testigo presencial del 23-F debe de atesorar no pocos conocimientos sobre los avatares de La Zarzuela (es su segundo libro dedicado a Doña Sofía) y escribir más que con corrección. Un "negro" de lujo, como se dice en la jerga editorial. Sin embargo, y justamente por todo lo anterior, sabía perfectamente lo que se avecinaba tras la publicación de esta biografía, prueba suficiente de que todo está sucediendo según sus designios y los de sus editores. El dinero nunca va mal, ni tampoco, en un mundo rendido al famoseo, un buen baño de masas. Sobre todo cuando se sabe elegir la piscina llena para sí mismo y dejar la vacía para el biografiado… De nuevo, todo se reduce a una cuestión de dinero y ego en España, cuyos estúpidos súbditos olvidarán esta real afrenta mañana mismo, cuando la victoria de Obama invada durante semanas nuestros noticiarios; o a más tardar el sábado, que hay Liga. Da igual, los libros ya están vendidos. ¡Bien jugado, Pilar!
Y la Reina, ¿qué pasa con la Reina? Probablemente no le habrá hecho puñetera gracia la jugarreta. Dudo que a estas alturas vaya a cuestionarse sus reales convicciones, pero tampoco creo que se atreva a dejarse ver en público por ahora, no vaya a ser que algún histriónico homosexual le lance un tomate; o alguna mujerzuela de esas que se dedican a matar fetos; o el hijo de algún enfermo terminal…
A mí todo esto me ha dado mucha vergüenza y rabia: no me cabe en la cabeza por qué la Reina puede explayarse en su recalcitrante anacronismo, contradiciendo el mismo ordenamiento jurídico que me mandaría al calabozo si me atreviera a expresar públicamente que es una zorra reaccionaria. Algo no funciona. Y ni Obama ni la crisis ni la roja ni nadie logrará que olvide mi absoluto desprecio por nuestra monarquía. Por cualquier monarquía. Es de locos.