jueves, 9 de abril de 2009

FUMAR MATA

Desde hace años fantaseo con las dependientas del estanco que hay al lado de mi casa, que son madre e hija. En mi imaginación forman una pareja que aúna experiencia y pasión a las mis maravillas. A veces voy al estanco a por tabaco y las espío para captar nuevos detalles que incorporar a mis sueños venéreos, pero, extrañamente, la realidad suele dejarme más bien frío, cuando no salgo de la tienda horrorizado. El extraño universo de las fantasías.
La cosa me preocupa, porque de pequeño me inculcaron, supongo que como a todo el mundo, que para ser feliz uno debe hacer realidad sus sueños. Es más, se suele tachar de cobarde a quien no lo intenta o de fracasado a quien no lo consigue. Yo debo de ser ambas cosas porque esta fantasía generacional prefiere retozar en su dimensión onírica, desde donde me enseña el dedo si alguna vez considero la posibilidad de llevarla a la práctica. Parece que llevo incorporado un dispositivo mental díscolo que despierta en mí ansias que, en realidad, el bueno que hay en mí rechaza. Me pasa lo mismo con algunas drogas. Admito que es práctico, ya que me permite confinar a las estanqueras en mi burdel virtual, lo que me ahorra ser la comidilla del barrio y, de paso, me alegra las frías noches de invierno.
Sin embargo, hoy ha ocurrido algo extraño: he ido a comprar un paquete de tabaco y me ha atendido la chica. Al ir a buscar cambio, me ha parecido ver como madre e hija cruzaban sus miradas, esbozando ambas una discreta sonrisa. He salido del local algo turbado y desorientado, pero feliz. Prefiero una sorpresa a un sueño. Debo de ser un cobarde...

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