OBLIGACIÓN DE VIDA
Sigo con los suicidios, tema que cada día me interesa más. Justamente, en la contra de El Periódico entrevistan hoy a una psiquiatra experta en el asunto. A huevo.
En primer lugar, me he dado cuenta al avanzar en la entrevista que no era un tema elegido al azar: o el entrevistador es un morboso y no ha podido evitar preguntar si nuestra estimada crisis provocará una ola de suicidios, o bien éste era el tema de la entrevista. Se admiten apuestas. Yo me decanto por la hipótesis apocalíptica, como no podía ser de otro modo. De hecho -y esto que no salga de aquí- me fascinaría que a diario fuéramos testigos presenciales de suicidios en nuestras ciudades: gente que se arroja de los balcones, que se planta delante de los autobuses en marcha, que se corta las venas en las plazas públicas, etc. Ello podría incluso llegar a forzar cambios en el paisaje urbano: obligación de tender redes alrededor de todos los edificios para amortiguar las caídas, frontales acolchados en los vehículos, prohibición de venta de todo tipo de utensilios cortantes, legalización de la marihuana…
Pues resulta que no. Cuenta nuestra experta que, en realidad, quienes han sobrevivido a un suicidio (¡qué mala suerte!) admiten que, cruzado el umbral de la vida, en el instante que sigue al salto al vacío, todos desearon hacerse atrás. "Nadie quiere vivir del todo o morir del todo", apunta. La mejor frase que he leído en años. Si os preguntáis cuándo habéis querido vivir del todo sin matices, cuándo no habéis tenido ninguna duda, probablemente la respuesta os remita al amor. A mí me acaba de pasar, y no estaba pensando en mujeres, simplemente en la fiesta de mi cumpleaños del viernes. Pues bien, es justamente el amor -según nuestra psicóloga- la principal causa de suicidio. Ya veis, es el amor, de nuevo el amor, siempre el amor, lo que más nos ata a la vida y lo primero que nos induce a la muerte. Más que el dinero. Me parece simplemente alucinante. Pero los monos también aman y, que yo sepa, no se suicidan.
¡No ibais a creer que me pondría romántico a estas alturas! Todo esto es muy sencillo si el suicidio implica violencia y juicio. De hecho, cuenta esta señora que lo que más preocupa a quienes han intentado matarse es volver a casa. "Un vecino con tendencia suicida es mucho más censurado en el barrio que un borracho", explica. Ya estamos de nuevo en compañía de humanos… Pero supongamos por un momento que el suicidio fuera un acto tolerado, que todos dispusiéramos, a partir de la mayoría de edad, de una cápsula letal que nos quitara la vida de forma indolora, en nuestra cama, en un sueño sin retorno. ¿Qué pasaría entonces? Imaginad que simplemente hubiera que decidir poner fin, sin tener que idear un plan, sin necesidad de subir las escaleras hasta la azotea, sin esperar delante de la vía, sin el brillo del frío acero, sin la mirada ajena; sin charco de sangre, multitudes expectantes, sirenas de ambulancias y uniformes de policía. Sin tragedia. Sin juicio. Constitucionalmente. ¿Quién dejaría atrás una familia para cruzar el estrecho en una patera escoltada por tiburones? ¿Quién aceptaría una condena de dolor crónico? Y, al mismo tiempo, ¿quién no lo arriesgaría todo siempre, o a menudo, con menos miedo al fracaso, una y otra vez, o sólo una, a gusto del consumidor, sabiendo que puede bajar el telón si la vida no responde a las expectativas? El instinto de supervivencia debería bastar, sin artificios.
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