AFECTO
Comentaba el viernes una buena samaritana que algo más de 800 sin techo deambulan por Barcelona, aunque "probablemente sean más". ¿Alguien se ha imaginado alguna vez lo que debe de ser no tener casa? Pues bien, en realidad resulta que lo de la casa es un pormenor para estas personas, cuya principal carencia es -qué si no- afectiva. Explica la entrevistada, creadora de un centro de acogida para este colectivo, que no hay nada más reconfortante para los indigentes que una simple muestra de interés: "¿Cómo estás?" Me saludan luego existo. Da miedo. Yo, que soy de los con techo (y, además, tengo otro falso, de pladur, con sus puntos de luz y todo), recuerdo haber despilfarrado consuelo a raudales, lanzando la pregunta a un sinfín cobijadas almas sin el menor interés, como una mera coletilla. Así vamos: sobran techos y clichés, pero vamos todos cortos de afecto.
De afectos iba también la Contra del sábado, en la que se entrevistaba a la responsable epistolar del mítico consultorio de Elena Francis, del que -primera noticia- había varias versiones: la radiofónica, conocida por todo español mayor de… años, y otra por carta, que trataba los casos cuyo "contenido era inconveniente: dibujaban el estado miserable de un país ignaro y cutre, su oscuridad, su sordidez. Casos extremos, situaciones dramáticas"; esto es: "conflictos sentimentales, enamoramientos con sentimiento de culpa, dudas sobre el sexo, chicas reprimidas en internados de monjas, remordimientos sobre la masturbación, infidelidades... y maltratos, palizas, embarazos indeseados de jovencitas, violaciones... De fondo, siempre impotencia, incomprensión, mucha incomunicación y soledad. Hasta las violadas por su padre o un hermano mayor se sentían culpables, ¡por ya no ser vírgenes!". Vamos, que también sobra Dios, se me ocurre; "pero al menos tenían techo", pensará alguno que tope con esa Contra este invierno, al despojarse de los periódicos que habrán evitado que muera congelado a la intemperie.
Comentaba el viernes una buena samaritana que algo más de 800 sin techo deambulan por Barcelona, aunque "probablemente sean más". ¿Alguien se ha imaginado alguna vez lo que debe de ser no tener casa? Pues bien, en realidad resulta que lo de la casa es un pormenor para estas personas, cuya principal carencia es -qué si no- afectiva. Explica la entrevistada, creadora de un centro de acogida para este colectivo, que no hay nada más reconfortante para los indigentes que una simple muestra de interés: "¿Cómo estás?" Me saludan luego existo. Da miedo. Yo, que soy de los con techo (y, además, tengo otro falso, de pladur, con sus puntos de luz y todo), recuerdo haber despilfarrado consuelo a raudales, lanzando la pregunta a un sinfín cobijadas almas sin el menor interés, como una mera coletilla. Así vamos: sobran techos y clichés, pero vamos todos cortos de afecto.
De afectos iba también la Contra del sábado, en la que se entrevistaba a la responsable epistolar del mítico consultorio de Elena Francis, del que -primera noticia- había varias versiones: la radiofónica, conocida por todo español mayor de… años, y otra por carta, que trataba los casos cuyo "contenido era inconveniente: dibujaban el estado miserable de un país ignaro y cutre, su oscuridad, su sordidez. Casos extremos, situaciones dramáticas"; esto es: "conflictos sentimentales, enamoramientos con sentimiento de culpa, dudas sobre el sexo, chicas reprimidas en internados de monjas, remordimientos sobre la masturbación, infidelidades... y maltratos, palizas, embarazos indeseados de jovencitas, violaciones... De fondo, siempre impotencia, incomprensión, mucha incomunicación y soledad. Hasta las violadas por su padre o un hermano mayor se sentían culpables, ¡por ya no ser vírgenes!". Vamos, que también sobra Dios, se me ocurre; "pero al menos tenían techo", pensará alguno que tope con esa Contra este invierno, al despojarse de los periódicos que habrán evitado que muera congelado a la intemperie.
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