SUEÑOS
Me contaba esta mañana una amiga que por la noche soñó que coleccionaba tacitas de café y que recorría desesperada ciudades extrañas en busca de la tacita que le faltaba para completar la colección, la tacita definitiva, el Santo Grial de las tacitas. Se me ocurre que lo suyo no ha sido un sueño, sino dos: un sueño como anhelo dentro otro sueño en tanto que estado modificado de la conciencia. Aunque quizás han sido tres sueños, si al explicármelo se ha sentido invadida por algún tipo de deseo; o incluso cuatro, contando las fantasías que ha suscitado en mí. Vivimos en un mar de sueños, en el que flotamos, nadamos y a veces nos ahogamos.
Todo esto me ha dado que pensar, al filo del misticismo que rezuman hoy las Contras de dos de los principales periódicos catalanes (un monje budista y una líder espiritual norteamericana). ¿Y si mientras dormimos llevamos otra existencia oculta, inescrutable, pero igualmente consciente, de la que a veces nos traemos -o nos enviamos- pedazos? Quizás esta noche, del otro lado del espejo, me pregunte si estar despierto no es algo más que evolucionar en sociedad, actividad que, a lo mejor, a mi otra existencia le parece absurda, aburrida o insustancial. Del mismo modo que del lado que conocemos necesitamos el otro para descansar y reorganizar la información absorbida, puede que, desde el lado recóndito, necesitemos librarnos al estúpido cúmulo de convulsiones físicas y mentales propios de la vigilia para luego, exhaustos, poder disfrutar con plenitud de nuestro espacio vital secreto.
Un buen amigo me contó un día el argumento de un proyecto de guión que había imaginado, una especie de Jeckyll & Hide revisitado: de día, el protagonista era una persona normal; de noche, al abandonarse al sueño, revivía como un cruel asesino que sembraba el terror en la ciudad. No recuerdo bien los detalles, pero por lo visto, al amanecer, en el tránsito del mal al bien, el lado bueno cobraba conciencia todavía dentro de su existencia tenebrosa, y trataba de dejarse mensajes a sí mismo, del otro lado de la realidad, instándose a quitarse la vida y poner fin así a la abominación nocturna.
Soy consciente de que si en el siglo XXI los científicos no tienen constancia de ello, todo esto no son más que meras disquisiciones de una mente imaginativa. Un pasatiempo, vamos. No obstante, si nos observamos con detalle quizás descubramos en nuestras personalidades -las diurnas, digo- una multitud de realidades inconexas que se llaman a gritos y que no se escuchan, que aporrean en vano sus respectivas puertas sin respuesta, que se susurran secretos unas a otras y se hacen guiños, pero que rara vez logran sentarse a la mesa y compartir un café con las tacitas que, unas y otras, han ido recabando sueño tras sueño.
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