AL PAN, PAN, Y AL VINO, VINO
¿Cuándo fue la última vez que comisteis buen pan? De pequeño, mis padres compraban el pan los fines de semana en Montagut, un pueblecito de la Garrotxa cerca del cual tenían una casita, o bien en Ponts (La Noguera), de camino a Andorra. Yo, la verdad, no prestaba gran importancia al hecho, sumido en infantiles pensamientos -a los doce años se acabaron las excursiones en familia-, pero sí recuerdo que mis progenitores trataban cada pieza con religiosa veneración: el olor a cocción de leña, la corteza gruesa y crujiente, la miga espesa y sabrosa; además, y eso sí que parece magia (potagia) hoy en día, aquel pan del domingo duraba toda la semana.
Decía el sábado que el desarrollo nos está forzando a importantes renuncias, y el pan no escapa al axioma. ¡El pan! El pan nuestro de cada día.
Con los procesos industriales de fermentación rápida y congelación -explica el protagonista de la Contra-, el pan ha perdido todas las propiedades que lo caracterizan, principalmente la de ser bueno, como bien refleja el refranero español: "Más bueno que el pan", "Dame pan y llámame tonto", "Como el pan", etc. Las paradojas de la modernidad: para que unos se ganen el pan los demás tenemos que mascar chicle (y comer mierda, iba a decir, pero no lo digo porque me prometí que evitaría la vulgaridad en estos escritos).
Pues bien, para los nostálgicos, Forn Turris (C/Aribau 158, entre Còrsega y Rosselló). Estoy seguro que este buen señor no ha montado un negocio por un pedazo de pan -¡y menos en Barcelona!- así que preparad la cartera, pero tampoco me cabe duda de que no hace el pan con hostias.
Bon profit!
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